Revista EL COLECTIVO

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sábado, 11 de agosto de 2007

“VINIMOS A ESTA VIDA PARA SER FELICES”


Charla con el Doctor Julio Monsalvo:

Por Gilda García

Es médico. Posee varios postgrados y es invitado por diversas universidades para dar cátedra sobre diferentes disciplinas. Militante del Movimiento Mundial por la Salud de los Pueblos, actualmente coordina el Programa Suma de Saberes y Haceres para el cuidado de la Salud Integral, del Ministerio de Desarrollo Humano de Formosa. Ha escrito libros y artículos que han sido publicados en diversos países. Es co creador y divulgador del concepto de Alegremia. Pero, pese a ser portador de tantos títulos, cargos y reconocimientos, cuando uno lo escucha y lo ve sólo observa a un habitante de Abya Yala, nombre verdadero de nuestro continente para los pueblos originarios y el espacio que Julio Monsalvo nos invita a compartir con el único requisito de volver a nuestra raíz, que “no es ni más ni menos que sentirnos parte de la naturaleza, parte del Planeta Tierra”. Para eso propone corrernos del Paradigma Antropológico, donde el hombre se cree con derecho de someter a la naturaleza y a sus semejantes, al Paradigma Biocéntrico, donde el hombre es naturaleza, es Vida dentro de la Vida.

El concepto de Alegremia nace allá por el 96, al aire libre, bajo los árboles. Habíamos llegado a un paraje rural para conversar sobre saberes y haceres que hacen a la salud integral. Allí nos esperaba un grupo de doñas - como se llama cariñosamente a las señoras en el norte - que sentían curiosidad por algo que escucharon en el informativo de la radio sobre “necesidades básicas insatisfechas”. Les explicamos en que consistía ese indicador que proporciona un organismo del gobierno. Las señoras – que le dan gran valor a la palabra – dialogaron entre ellas y nos preguntaron cómo podía ser que lo básico, lo esencial fuera un número. Así se dio una conversación que fue un milagro donde comienza a surgir que las necesidades básicas para vivir empezaban todas con la letra A: Aire, Agua, Alimento, Albergue, Amor. Decían: “que lindo era estar ahí en el campo con aire puro, sin los humos, ruidos y contaminación de la ciudad”. Se preguntaban quien contaminaba el agua que había que ponerle cloro. Que, si ellas tenían una pequeña chacrita para alimentar a sus familias, por qué los grandes campos de la vecindad eran fumigados contaminando sus huertas. Decían, además, que esas tierras no se usaban para alimentar sino para lucrar. Empezaron a hablar del albergue como un lugar de protección y abrigo. Y el amor como indispensable para vivir: “no se puede vivir sin relaciones afectivas como la pareja, la familia, los vecinos y hasta relaciones comerciales”. Después se discutió que, de tener aire puro, agua limpia, alimentos saludables, un albergue que cobije y amor en nuestras relaciones, ¡qué salud tendríamos!
En la sociedad actual eso parece ciencia ficción.

Claro. Entonces surgió un cuestionamiento de que la salud no es algo que se pueda medir en valores mínimos y máximos de un examen de laboratorio. Se llegó a la conclusión de que el verdadero indicador de la salud personal o de la comunidad es la alegría que circula por la sangre. Así surge el término Alegremia. Eso se fue divulgando y prendió. Uno empezó a escuchar que las doñas comentaban: “¿Te fijaste en Don Ramón? Está mejor que nosotras. Fijate que está en silla de ruedas pero qué Alegremia que tiene”. Con el tiempo, creo que era por el 2000 o 2001, estando en una jornada con compañeras y compañeros de la salud de Neuquén, nace la sexta A. Terminada la jornada se acercan unas compañeras docentes que se autodenominan “Mujeres Cuentacuentos de Movimientos de Neuquén” y me dicen que falta una sexta A que es el Arte. Para tener Alegremia, para tener salud hace falta el arte que es lo que alimenta el espíritu. Y así quedó.

(NOTA COMPLETA EN REVISTA EL COLECTIVO Nº 15)

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