Revista EL COLECTIVO
viernes, 3 de diciembre de 2010
POBREZA Y DELITO: UNA MIRADA DISTINTA
Por Florencia Pretto (*)
Es común en nuestra sociedad asociar al delito con la pobreza. El “discurso dominante” basado en el sentido común, establece una relación determinante entre ambos fenómenos. Por lo contrario, tal como lo analizan algunos sociólogos, se trata de un vínculo probabilístico. A decir de Míguez (2004; 27) “si se coloca a una persona en situación de pobreza existen más posibilidades de que incurra en actos delictivos; diferente sería el comportamiento si el sujeto estuviera en una posición económica holgada. Pero aun así nadie puede asegurar que el individuo en estado de miseria cometerá delitos. De igual modo no puede decirse que todos los pobres son delincuentes, ya que no siempre la carencia económica conduce a elegir ese camino; tampoco puede afirmarse que la pobreza no se relaciona de ninguna manera con el crecimiento de la inseguridad, ya que esa vinculación se torna evidente”. Resulta absurdo desvincular a la pobreza del delito, no obstante, es necesario adjuntar a dicha relación otros factores como ser el desempleo y la desigualdad de oportunidades. Ello evidencia que el delito es un problema social que, en palabras de Pavarini, “amenaza al orden social construido”.
Una de las pocas certezas con relación al delito es que es un problema significativo en la sociedad argentina actual. En nuestros días prevalece una creciente lucha contra el crimen y preocupación por el orden público. El delito constituye uno de los pilares de las preocupaciones de los ciudadanos y de allí, de las promesas de los políticos que apuntan a solucionarlo. Mediante este artículo propongo ejercer una mirada analítica, que se aparte de los prejuicios y de las emociones cotidianas que la inseguridad genera. De este modo podemos aproximarnos a una comprensión más abarcativa del problema del delito, que no se reduzca a una relación de causa y efecto. Entendiéndolo de esta manera, otras formas también tendrán las políticas para su disminución. Si se trata de una problemática social, ¿es pertinente, como muchos defienden, “atacarla” mediante una mayor construcción de cárceles?...
SI SOS POBRE, ¿ENTONCES ROBAS?
No se trata de algo tan sencillo, el simple hecho de ser pobre no indica que se va a delinquir, la pobreza por sí sola no es un factor unívoco determinante del delito. Ésta se encuentra interrelacionada con la desigualdad de oportunidades y el desempleo, tratándose de un conjunto de factores que incrementan la probabilidad de que el delito sea un problema social.
En primer lugar, hay mayores probabilidades de que un pobre incurra a la delincuencia si el mismo se encuentra en una posición de desventaja en relación al resto de la sociedad. Resulta contradictorio que la cultura de la sociedad argentina proponga metas comunes a toda la sociedad que sólo puedan ser alcanzadas por algunos. Veamos de qué se trata: la cultura propia de la sociedad argentina propone a los individuos una determinada jerarquía de valores que conforman metas. Las mismas son aceptadas y perseguidas por todos y consisten principalmente en el éxito económico y bienestar material. Así también, por otro lado, nuestra cultura indica cuáles son las vías lícitas para lograr aquellas metas, por ejemplo, el estudio y trabajo. Existe por lo tanto una contradicción entre estos fines y la estructura socioeconómica argentina que no ofrece una igualdad en oportunidades a los individuos para alcanzarlas: Como bien explica Pavarini (2002;109) “las desigualdades socioeconómicas, la estratificación en grupos sociales, conlleva la existencia de sujetos estructuralmente en desventaja para quienes las metas del éxito económico y de la riqueza son inalcanzables; son obstaculizadas si se pretende alcanzarlas por medios legítimos”(…) “estas minorías discriminadas, en la comprobada imposibilidad de alcanzar las metas oficiales a través de las formas institucionales, son llevadas a expresar otros valores, otras metas perseguibles desde su posición de desventaja o a legitimar algunas prácticas ilegales para la consecución de las metas oficiales”. De esta manera, en una Argentina donde existe desigualdad social y prima una cultura capitalista consumista, los individuos marginados elegirán probablemente medios no convencionales para alcanzar las metas comunes que persigue la sociedad en su conjunto.
En segundo lugar, es necesario también vincular a la pobreza con el desempleo. Hay mayores probabilidades de que un pobre infrinja la ley si el mismo pierde su trabajo o en peor de los casos, nunca haya obtenido uno. Veamos, puede suceder que una persona pase de estar empleada a ser un desempleado o, por lo contrario, que nunca haya trabajado. En el primer caso, cuando un individuo pierde su trabajo, pierde su “ámbito de pertenencia social”, ya no ocupa un rol determinado en la sociedad. En consecuencia, como expone Daniel Míguez, sufre una especie de “degradación de valores”. Aquí es poco probable que quien haya conocido la cultura del trabajo opte inmediatamente por la delincuencia al momento de perderlo. Caso diferente es el de quienes nunca han trabajado. Un individuo que no posee valores vinculados al trabajo, la educación y la familia (posiblemente porque no fueron transmitidos por sus padres también desempleados), no conoce el valor del trabajo y la forma de integrarse en la sociedad. De esta manera, probablemente estos individuos opten por el camino de la delincuencia para subsistir y alcanzar aquellas metas establecidas por la cultura dominante.
En síntesis, la explicación precedente no implica que todo pobre robe, pero sí ayuda a pensar que toda persona afectada por aquellas dificultades se vea tentada a transgredir la ley de maneras diversas.
DEJANDO LO ABSTRACTO: UN POCO DE NUESTRA HISTORIA
Se dejó en claro que el proceso por el que se llega a delinquir es fruto de la relación de los individuos y las condiciones sociales en las que éstos se desenvuelven. En consecuencia, para comprender por qué se desarrolla la delincuencia en la Argentina es preciso indagar cuáles fueron las condiciones sociales que afectaron a los jóvenes que hoy transgreden la ley.
Como explica el sociólogo Daniel Míguez, los delincuentes de hoy son en su mayoría niños de origen humilde, nacidos en la década del ochenta y llevados a la adolescencia a partir de mediados de los noventa. Fue justamente en dichas décadas en donde la Argentina sufrió cambios notorios: si bien hasta mediados de los 70 la pobreza era de “transición”, es decir, los pobres se encontraban en un proceso de ascenso social, a partir de los mediados de los setenta la pobreza se vuelve general y comienza un impactante proceso de pauperización. A su vez, en dicho período hubo grandes modificaciones en el mercado laboral las cuales tuvieron gran impacto en las generaciones jóvenes. Las ofertas de trabajo no se incrementaron en proporción al crecimiento demográfico, así también, la mayor parte del trabajo creado se generaba en el sector informal de la economía. De esta manera, “lo jóvenes con bajos niveles de escolaridad que en los años ochenta se iban incorporando al mercado, probablemente encontraron empleo sólo en el sector informal, o sea que obtuvieron bajos sueldos, no gozaron de beneficios sociales y padecieron de una altísima inestabilidad laboral” (2004; 36). En los noventa, el poco empleo formal que se generaba requería trabajadores calificados, razón por la cual quienes en la década anterior habían sufrido la informalización del empleo se topan ahora con un mercado laboral excluyente.
La historia argentina de las últimas décadas “contribuye” a la delincuencia. En otras palabras, las condiciones socioeconómicas de las décadas del ochenta y noventa fomentaron la formación de un sector social para el que no ha existido empleo estable así como tampoco expectativas reales de progreso y ascenso social. Los hijos de estos jóvenes, los delincuentes de hoy, no conocieron en sus padres el modelo de estabilidad laboral, la cultura por el trabajo, la dignidad personal y progreso social. Hoy un delincuente no roba por el simple hecho de “ser pobre”, a dicha condición debe sumarse la dificultad de no poseer valores vinculados al trabajo así como tampoco, la capacidad psíquica y material para alcanzar aquellas “metas” propuestas y perseguidas por toda la sociedad.
¿HAY SOLUCIÓN?
La “enfermedad” del delito tienta principalmente a quienes la padecen a buscar una solución mágica, apresurada. En las sociedades actuales es común pretender solucionar o disminuir dicho fenómeno mediante una mayor construcción de cárceles. Evidentemente, se trata de un remedio “inmediato” y no difícil de aplicar, no obstante, ¿es una medida eficaz? Políticas públicas de dichas características lo que hacen es “atacar” los efectos del delito y no sus causas. En palabras de Wacquant (2007; 2), “La reacción de utilizar el Estado penal para tratar de contener la violencia fracasa porque no toca la causa que es la inseguridad social y económica. Si se deja que la inseguridad económica siga ahí, forzosamente habrá inseguridad criminal. (…) Se puede aumentar la policía, la justicia y las cárceles, se pueden multiplicar por dos, por tres, por cinco y poco se logrará”. “Hacen falta políticas a largo plazo (…) los políticos deben pensar no sólo en las generaciones presentes sino en las próximas. Hay que tener el valor, aunque no haya una caída inmediata de la criminalidad, en sostener el crecimiento económico y el mejoramiento de empleo”
En el caso argentino, al ser el delito un fenómeno ya instalado en la sociedad, el Estado debe implementar políticas dirigidas a las causas pero también a los efectos del mismo. En relación a las políticas preventivas, se trataría de aquellas vinculadas a la promulgación de empleo, crecimiento económico, salud y educación. Son políticas indirectas y de largo plazo pero que atacan verdaderamente al fenómeno en cuestión. Así también, son necesarias las estrategias estatales dirigidas a la inserción social de aquellos individuos que, debido a sus condiciones de pobreza y falta de contención familiar, tienden a delinquir. Por otro lado, en relación a las políticas implementadas una vez cometido el delito, se trataría de aquellas vinculadas a la reintegración del delincuente en la sociedad y no en la construcción de una mayor cantidad de cárceles, endurecimiento de penas y aumento de vigilancia. Finalmente, sería pertinente la existencia de políticas de monitoreo de la reinserción del detenido una vez que abandona la cárcel.
POR ALGO SE EMPIEZA…
El “discurso dominante” (basado en el sentido común de los ciudadanos) sobre la delincuencia asocia al delito directamente con la pobreza así como también a la solución o disminución del mismo con la construcción de una mayor cantidad de cárceles. Estas relaciones determinantes no son apropiadas, sino que por el contrario, existe una relación probabilística entre el delito, la pobreza, la desigualdad social y el desempleo de manera que se trata de problemática social acorde al desarrollo socioeconómico de cada país. La delincuencia en la Argentina se incrementa particularmente en la década de los noventa, período caracterizado por una baja en la tasa de empleo y consecuente aumento de pobreza y desigualdad social. Es por ello que si se quiere disminuir o solucionar el delito son necesarias políticas a largo plazo destinadas al crecimiento socioeconómico. Se trata de políticas indirectas pero de efectos notorios ya que atacan las causas de fondo de la delincuencia. A diferencia de aquellas que proponen la construcción de mayor cantidad de cárceles que son políticas de corto plazo dirigidas únicamente a los efectos y no a la prevención de dicho fenómeno.
Hoy en día se torna utópico pensar una sociedad exenta de delito, no obstante, distanciarse de aquellos “discursos dominantes” y prejuiciosos permite a cada uno de nosotros aproximarnos a una postura objetiva y crítica, y de allí, poder contribuir de alguna manera al tratamiento de dicha problemática social. En otras palabras, “cambiar la mirada”, comprender con mayor claridad cuáles son las causas probabilísticas del delito y de qué manera podría disminuirse el mismo, convierte a cada uno de nosotros en ciudadanos comprometidos y reflexivos. Hombres conscientes de cuál es la sociedad en la que vivimos y qué rol ocupamos en ella. Posiblemente este cambio se plasme en “ganas” de aportar a la comunidad, de cambiar nuestra sociedad. Si bien quizás sólo se trate de “ganas” y pequeñas contribuciones, al fin y al cabo por algo se empieza….
(*) Alumna de la Carrera Licenciatura en Ciencia Política de la UNL. El presente texto será publicado en próximos números de la revista EL COLECTIVO.
BIBLIOGRAFÍA
PAVARINI, Máximo. Control y Dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto hegemónico. Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2002.
MIGUEZ, Daniel. Los pibes chorros. Estigma y marginación, en Claves para todos. Colección dirigida por José Nun, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004.
Entrevista a WACQUANT, Loic en Diario El Clarín, Buenos Aires, 2007.
-“Horror en las cárceles argentinas” LOZADA Martín en Le Monde Diplomatique, Argentina, marzo 2005.
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4 comentarios:
Muy buen informe.Felicito a la autora. Muy necesario el analisis.
Gladys
Muy buen informe.Felicito a la autora. Muy necesario el analisis.
Gladys
coincido totalmente con Gladys son necesarios estos informes que piensan los problemas mas allá de la mano dura y nos cachetean un poco....
Saludos colectiveros el numero aniversario una joyitaaa
El Edu
buen blog, los invito a mirar el mio, saludos...
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