En el marco del 10º Festival y Congreso Latinoamericano “Una Puerta a la Libertad”
Ester Brafa, artista entrerriana y docente de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) fue galardonada con el 1º premio del Concurso de Dramaturgia: "Monólogos Teatrales-Una Puerta a la Libertad" referido a la locura en relación al arte y a los derechos humanos, organizado por el Frente de Artistas del Borda y auspiciado por el Instituto Nacional de Teatro, la Asociación Civil de Artes Escénicas y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).
La obra se tituló “Abrazo” y fue interpretada por el actor Héctor Bidonde en la apertura de este Congreso realizado en el Complejo Teatral Radio City Roxy de Mar del Plata el 13 de octubre pasado.
Brafa ha venido trabajando incansablemente desde la docencia en la valoración del arte como campo de conocimiento, y la consideración del acto creativo como una forma de libertad y realización del ser humano.
En declaraciones al boletín de la Facultad en la cual ejerce su docencia, con relación a su decisión de participar en este concurso, dijo: “Yo escribo desde siempre, pero escribía para guardar, hasta que me di cuenta que había que empezar a mostrar y comencé a buscar adonde podía enviar lo que tenía producido; cuando vi la convocatoria del Frente de Artistas del Borda me apasionó el tema: la locura en relación al arte y los derechos humanos”.
Para el próximo año ya está trabajando junto con un grupo de colegas en un proyecto ambicioso que consiste en recrear, con los lenguajes del teatro, la danza y los sonidos, un fragmento de “El evangelio según Jesucristo” del escritor José Saramago. La artista ha conseguido obtener la autorización del propio autor a través de la Sociedad General de Autores y Editores de España.
"ABRAZO"
Por María Ester Brafa
Si, doctor, un sueño, tuve un sueño. Pero esta vez tengo la sensación de no haber
despertado, hay algo en mi cuerpo que aún está en el sueño, o el sueño en mí, no sé…
Estaba escribiendo un cuento y las palabras iban cayendo sobre el papel como si
estuviera sacándome la ropa. Cada palabra se veía con el color y la textura de cada
prenda. Escribía e iba desnudándome. Se tocaban el papel y mi piel. El abrigo era un
verbo y un adjetivo la prenda íntima. Ya desnudo miré mi vestuario sobre la hoja y me
di cuenta que éramos dos desnudos, frente a frente, ambos buscando el sustantivo. No
aparecía el sustantivo…. y desperté… o parece, no sé… y sigo buscando el sustantivo.
Nunca soñé algo así, doctor.
Lo raro es sentir que el sueño continúa y ahora llevo encima y adentro la
sensación de que la ropa es una interrupción… ¿será que nos vestimos o nos
disfrazamos?
Quiero seguir escribiendo y me pasa lo mismo con las palabras que con la ropa,
se me escapan, no sé si se esconden, huyen, o iluminan.
Dígame, doctor, ¿cuál es el límite, la piel o la mirada? Si no es la piel ni la
mirada, son los sueños? Y el límite de los sueños, ¿cuál es?
El caso es que ahora no puedo escribir sin desnudarme y con la piel al aire las
palabras llegan aladas. ¿Sabe lo bueno que es quitarse la ropa y a la vez quitar a cada palabra lo que sobra, desnudarla, buscarle el alma? Armo cada término puliendo,
enlazando, rompiendo, vistiéndola con desnudeces; y el lenguaje se me mete por los
pliegues de la piel y siento que no hay traición posible.
¿Sabe doctor de qué me acordé al despertar del sueño…? ¡De aquel día! Aquel
día, tendría 6 o 7 años y llovía mucho. Salida de la escuela, lluvia amenazante. Y la
felicidad infinita de ver a mi papá esperando con un abrigo en su mano. Tengo su gesto presente en los ojos y el corazón. ¿Dónde habrá quedado el abrigo... y dónde aquella felicidad infinita?. Pero me quedó el gesto en los poros. ¿No le parece doctor, que la piel es como un palimpsesto…? En ella vamos escribiendo palabra a palabra, deseo a deseo, lágrima a lágrima, felicidad a felicidad. Si, es la piel donde hay que escribir, su destino de papel no miente.
Recuerdo que una vez usted me preguntó porqué escribía, no sé que le contesté
pero sí recuerdo su pregunta. ¿Por qué escribo? ¿Por qué creo historias con las palabras?
Yo le pregunto a Usted doctor: ¿cómo es vivir sin inventar?, ¿cómo es vivir sin
crear…?, ¿cómo se salva la gente del naufragio en el rito cotidiano de vivir?, ¿cómo
sino en la creación?
La creación… el refugio y también el exilio. No, no es la ropa la que nos
protege, es la irreverencia de la creación.
¿Por qué escribo? Para caminar por la incertidumbre… ¡claro, ahora entiendo!
Al quitarme la ropa me quito la certeza de los dogmas, ¡eso, eso es!, la luz de la
creación es la que desnuda, es como estar en un templo que no niega el desamparo ni
revela los misterios. ¡La desnudez es la medicina, la desnudez, doctor! Además, sin
vestido se sienten mejor las ganas del abrazo. Sí, todos esperamos el abrazo, esperamos un gesto de clemencia que nos cuide del despojo, no el de la ropa, del otro, del despojo de los sueños… Sí, todos esperamos una visión, un cántico, algo que nos diga que existimos, esperamos un intento, la presencia sencilla de un padre que rompa este miedo y nos levante.
Y vamos con la piel al aire, esperando el abrazo. Sabe qué, doctor, ¿no quiere mi
ropa…? Ya decidí que no la necesito más, ya encontré mi medicina, la piel y el papel
desnudos, para poder seguir creando. Quiero seguir así, sin relojes efímeros que midan el paso ni recuerdo de cárceles que enrejen el sentimiento. Desde ahora, me autorizo a no saber, a inventar un santuario inconcluso con ritos oscilantes como oscila el aliento y titubean los astros.
Así quiero seguir, con la memoria anclada en la piel, debo seguir buscando el
sustantivo. ¡Ah, doctor!, antes de irme, ¿no me abraza…?
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