“Perdimos todo- dice - Yo ya no quiero vivir así. Esta no es vida”. La mujer mira a la cámara, la voz se le quiebra. Lo poco que tenia, las pocas cosas materiales con las que contaba ya no están mas. Se fueron. Se las llevó el agua. Los testimonios se suceden calcados unos de otros. Los noticieros locales hablan de 150 milímetros caídos en una hora, alrededor de 500 evacuados y 1200 familias afectadas. Las imágenes reflejan una ciudad agobiada: calles anegadas, desmoronamientos, destrucción de viviendas, árboles y cables cortados como producto de las fuertes ráfagas de viento y lluvia.
Los funcionarios municipales y provinciales, en tanto, inundan las cámaras de televisión ufanándose de haber “asistido” a las principales victimas del temporal que azotó la ciudad.
Los pobres, los más castigados por el neoliberalismo, aquellos que no están siquiera en el discurso oficial, ni en lo simbólico, tampoco en la política concreta, solo aparecen cuando el desastre es inevitable. Y los desastres, claro, siempre son naturales, siempre son culpa de la naturaleza.
Así como Cristina Kirschner olvido mencionar los desmontes como causa del desastre en Tartagal, en nuestra ciudad nadie dijo que lo sucedido ocurrió por imprevisión y desidia, porque las obras nunca se realizaron. Las mismas que ahora, dicen, harán con fondos propios del municipio. La pregunta aparece sola ¿Por qué no las hicieron antes?
La pobreza ya no es noticia porque está instalada. Es parte del paisaje, como el Patito Sirirí o los funcionarios corruptos. Los índices de pobreza en la provincia enervan: en una población de 422 mil niños, 250 mil son pobres, 125 mil se encuentran en situación de indigencia y 190 mil en riesgo nutricional. En Paraná, 38 mil niños menores de 14 años son pobres y 16 mil son indigentes. “Hay generaciones que nacieron sin ver trabajar al padre y viendo a la madre buscar la caja de alimentos o los planes o bonos sociales” dice Antonio en su nota para El Colectivo. Es más, hoy muchas familias ya no piden trabajo, ni siquiera un mísero plan social sino algún colchón, alguna chapa, algo para tapar el hambre del día.
Hace un tiempo, en una entrevista, la socióloga Graciela Daleo, ex detenida desaparecida en los campos de la Esma , nos decía: “La sensación que se tiene es que se ha olvidado que las personas tenemos derecho a tener derechos”.
Hoy, el estado miserable de una buena parte de la población es directamente proporcional al grado de miserabilidad de su clase dirigente, de aquellos que hablan de grandes cambios pero solo cambian de casa, de coche o de cargo.
Por eso, para estos días de marzo, y ante tanto distraido que anda por ahí, estaría bueno recordar aquella afirmación de Daleo al finalizar la entrevista: “La lucha por los Derechos Humanos- nos decía Graciela- debe arrancar por que recuperemos el sentido de que tenemos derecho a tener derechos”.
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