Revista EL COLECTIVO

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viernes, 12 de septiembre de 2008

GATILLO FACIL, DEMASIADO FACIL


Por ALFREDO GRANDE
“Lamentable primicia de catamarcaya.com
SE SUICIDO UNA NIÑITA DE 9 AÑOS
¿Qué pasa en Catamarca?
En la localidad de Saujil, a unos 15 kilómetros de Fiambalá, una niña de tan sólo 9 años terminó con su vida, ahorcándose con una bufanda, en un árbol a unos cien metros de su vivienda. Es el suicidio N° 41 en lo que va del año.Su familia es de escasos recursos y en total son nueve hermanos.
El cuerpito sin vida de la víctima fue encontrado a las 21:30 horas de la noche de este domingo. Cursaba el 3° año del ciclo EGB. el único hecho que podía preocupar a la niña es el fallecimiento de su abuelo, que lo había sentido mucho”.


(APe).- El cuerpito sin vida. Sin nombre. 9 años. Demasiados para la niñita. 9 años para vivir con escasos recursos son muchos. 9 años de sufrimientos cotidianos. Con poco pan para hoy y mucha hambre para mañana. 9 años. 9 hermanos. Mirando cada uno la comida del otro. Compartiendo a veces, compitiendo otras. 9 hermanos con el hambre de cada uno en el estómago de todos. Ahora el cuerpito sin vida apenas se mece en la siniestra hamaca de una bufanda que cuelga de un árbol que nunca conocerá su destino de patíbulo. Cuerpito sin vida como una pluma a la cual una breve y piadosa brisa quisiera dar un vaivén de despedida. 9 años del cuerpito sin vida. De esa vida que apenas tuvo 9 años, y que de a poco, de a medio y de a mucho, con tan escasos recursos, cada vez tenía menos cuerpo para sostener. 9 hermanos para disputarle a la vida recursos escasos, sin entender por qué ellos sobraban, llegando a una tierra que no tiene nada, ni siquiera para una humilde bienvenida. Mal venidos, sin panes debajo del brazo. Cuánto dolor, cuánta tristeza, cuánta desesperación que no se puede compartir entre 9, porque cada dolor, cada tristeza, cada desesperación, multiplica por 9 el propio. Pero ese cuerpito tenía vida propia. Porque estaba la voz y el cuerpo de un abuelo. Otra generación de sueños y de esperanzas. Ese abuelo que seguramente a la niña del cuerpito sin vida le fue regalando durante años otra vida. Le contaría de la vida más allá de las montañas, de ríos de agua caudalosa donde la sed ni siquiera puede ser sentida, porque todas las gargantas están siempre frescas. Y con seguridad le contó que estudiando, aunque le resultara aburrido y a veces la maestra no la entendiera, su cabecita iba a entender cosas que incluso él mismo no había entendido. Ese abuelo recordaría a su propio abuelo, y a muchas generaciones que intentaron sin lograrlo jamás, que los cuerpos de todos los hermanitos que llegaban a la tierra estuvieran llenos de vida. Y la niñita al escuchar al abuelo sentía que ya el hambre dolía menos, que hasta el frío podía retroceder aunque no sobrara abrigo. El abuelo y la niñita se encontraron muchas veces bajo el árbol que cerca de la casa, era como el décimo hermanito. Largas charlas entre los tres, porque el árbol también tenía sus historias, sus alegrías y dolores entre ramas, flores y raíces. Y entonces el cuerpito de la niñita de 9 años se llenaba de ternura, de alegría, de recuerdos de otros pero que empezaban a ser propios, de miradas sobre un futuro que algunos llamaban porvenir y que era siempre, pero siempre, mejor que ese venir y venir gris del presente. Pero un día el abuelo dejó de contar historias, de compartir recuerdos, de construir futuros. Y esa niñita quedó sorda para todas las voces de la vida. Y no hubo más colores, no hubo más frescor en la garganta, apenas lágrimas secas que raspaban la piel. Y el cuerpito fue cada vez más chiquito, y los 9 fueron cada vez más grandes. Y entre los escasos recursos estaban también los afectivos, porque la necesidad le da su cara al hereje. Y la niñita, sola en la insoportable soledad que puede sentirse entre 9, decidió que era mejor seguir hablando con su abuelo. Y le pidió consejo al viejo árbol, que también estaba solo. Y aceptó trepar por las viejas pero firmes ramas. Abrigada por la bufanda, uno de los pocos recursos que tenía, saltó cuando vio que el abuelo la esperaba con los brazos abiertos. El cuerpito no tuvo que esperar que un gatillo fácil la asesinara años más tarde. Prefirió seguir hablando con el árbol y con su abuelo.

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