Revista EL COLECTIVO

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miércoles, 24 de septiembre de 2008

LA DANZA QUE NOS MUEVE DEL LUGAR


POR MARIA PAZ MOLTEDO
Danza Afro, Percusión y Hip Hop, tres elementos que refrescan la cultura Afro, y liberan a quienes los practican, intentan despertar a quienes no tienen la libertad para moverse: presos y presas de la Unidad Penitenciaria de Ezeiza.

Cecilia Benavídez es profesora nacional de expresión corporal y por sobre todo una persona que tiene el interés puesto en ver las cosas desde otro lado. Tal vez esto la llevó a conectarse en cuerpo y alma con el mundo Afro y a querer transmitir a otros este legado. Esos otros podemos ser todos, porque no hay persona que no necesite desdoblarse de su día a día, de sus pensamientos y creencias para poder abrirse; en el caso de Cecilia, fue a los presos y presas de la Unidad Penitenciaria de Ezeiza a quienes eligió para darles un hermoso regalo: el de vivir un aquí y ahora distintos del de su tiempo en la carcél.
Gracias a una política cultural positiva, a un proyecto presentado por La Chilinga, al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y Alejandro Marambio, director de la Unidad Penitenciaria, ella comenzó a dar clases de danza afro a las mujeres del módulo tres de Ezeiza, y Hip Hop y percusión a los hombres del módulo cuatro, por un proyecto aprobado por el Ministerio de Educación. Al ver tantos actores involucrados en esto, todo parece pura teoría y papeles, legajos, contratos, como suele pasar cuando desde el gobierno se esboza la palabra “proyecto”; pero esta vez la fuerza de hacer y generar una nueva realidad llevó a concretar estos talleres, que funcionan y crecen a pasos agigantados.
Afortunadamente el asistencialismo no tiene lugar en el juego que se abre cuando Cecilia lleva su grabador a alguno de los salones de la unidad, y espera a que bajen de los pabellones los hombres y las mujeres que participan de cada taller. Ni ella ni sus alumnos imaginaron la conexión que surge y resurge ni bien empieza la clase. Conexión con ellos mismos, desconexión con la realidad que viven; “Para el que está adentro, no hay 365 días, sino un día que se repite 365 veces. Lo que queremos es tratar de que su tiempo sea diferente, porque en la cárcel no hay tiempo, y si vos generás un espacio como este, rompés esa cosa monótona y estandarizada”.
El espacio en el que se desarrollan estos talleres significa una ventana nueva por donde mirar. Algunos bailan, otros escriben letras de canciones, otros hacen percusión, y hasta tienen charlas sobre los aspectos religiosos de la cultura Afro, como el candomblé, la umbanda y las comunidades negras, que dejan boquiabiertas a mujeres de Malasia, Brasil, Perú y Argentina entre otros países. Sus distintos tipos de danza se hacen una sola cuando Cecilia logra su objetivo: llevarlos y llevarlas a otro lugar, distinto del que transitan.
La importancia de generar ese recoveco por el que canalizar su rutina es crucial, al analizar cuál es el sentido de encerrar a una persona, sea por el motivo que fuere, y etiquetarla en una sola función y papel para su vida: el de ser delincuente. Sus días se pasan a través de rejas, y no hay nada que desde afuera les pueda modificar su destino y la supuesta razón por la que son lo que son. Si esa apertura no aparece, van a seguir siendo lo único que la sociedad les deja ser.
“Ustedes me tratan como una persona normal, dijo uno de los alumnos del taller una vez. Yo le respondí, ¡vos sos una persona normal! Cuando vos al otro lo tratás de igual a igual de verdad, el otro te va a devolver eso, cuando vos al otro le vas con violencia, te devuelve la violencia; en ellos se descarga todo lo que no queremos ver, pongámoslos bien lejos, en Ezeiza, que es muy difícil llegar; si hay un problema, que no se escuche, que no se vea” . Los fantasmas y la carga negativa de ser un delincuente están incorporados tanto en los supuestos “buenos”, que están del otro lado de las rejas y en la propia percepción que tienen de sí mismos los supuestos “malos”, que están adentro. La separación no es humana, porque no hay hombre que no sea bueno y malo, todo depende del lugar que le asignaron a cada una de estas personas en la sociedad, y si el lugar que se le da a los supuestos “malos”, es el del aislamiento, y el de no darles otra oportunidad para ser otro tipo de personas, llama mucho a reflexionar sobre hasta que punto somos malos o buenos, si no podemos buscar un cambio en la realidad de alguien, para que se convierta en mejor persona.
“Hay una línea muy sutil que se sostiene todo el tiempo, esto puede estar buenísimo, o ser un desastre, y esa línea está siempre, es muy sutil, porque cuando vos abrís algo, todo puede ser; nadie es absolutamente bueno, ni absolutamente malo”.
Catalogar a una persona de mala o buena es una tarea muy difícil. La propia conciencia intenta hacerlo y no siempre lo logra. Parece muy simple la distinción, pero se vuelve difícil cuando se ve la doble cara que cada ser humano porta, y se desmantela así la débil brecha que el sistema carcelario intenta reforzar al separar con un material aislante a delincuentes de inocentes.
manaconda6@hotmail.com
Publicado en la excelente revista ¡ QUILOMBO ! arte y cultura afro Nº 39 - SEPTIEMBRE DEL 2008- www.revistaquilombo.com.ar

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