CHARLA CON PABLO YULITA, PSICOLOGO
La vida se encoge o expande en proporción al propio coraje.”
(Anais Nin)
A pesar de la verbalización constante en que nos hallamos inmersos, poco o nada se habla de los grandes temas que nos afectan y convocan como seres pertenecientes a determinada cultura. Para Pablo Yulita, psicoanalista, docente de la UNER y alguien muy querido por esta redacción, vivimos en una sociedad que, negando las emociones, niega el cuerpo y donde se confunde éxito o metas alcanzadas con felicidad. Pero la felicidad no tendría que ver con posiciones económicas o de poder, sino con actitudes simples y cotidianas. En realidad, no sería “un estado de llegada: sino un estado de partida”.
POR GILDA GARCIA
DARSE CUENTA
¿Por qué se habla tan poco sobre la felicidad?
En general, se habla muy poco de los grandes temas que nosotros tendríamos que comprender. Por ejemplo, estudiamos los diálogos de Platón y de Sócrates. Los diálogos quedaron allá lejos, pero acá no los hay. En nuestras generaciones hubo mucho diálogo, mucha de la conversación que hoy nos falta. Además, se han dado una serie de fenómenos donde resultaría doloroso hablar de esos temas porque sabemos que caerían muchos ídolos, muchos íconos. O sea, muchas de las cosas que sostenemos hoy como representativas de la felicidad, el éxito, la fama, la alegría, etc., caerían. Y entonces habría que buscarlos, habría que intentar definirlos. Porque, ¿cómo podemos decir que queremos tal cosa si no sabemos definirla o distinguirla y, cuando esté presente, decir “Ah, esto era”? Hay una confusión inicial en la cual se han sumado muchas cosas y donde sería doloroso reconocer que gran parte de lo que nosotros distinguimos como característico de la felicidad, realmente no lo es. Por el contrario, muchas veces son parte de la infelicidad que tenemos.
¿Cuáles serían?
Fijate vos que la palabra felicidad viene de “femenino” y de “hijo”, de filial. O sea que tiene que ver con cuestiones creativas, con todo lo que es generador. La felicidad no es un estado de llegada: es un estado de partida. Nosotros somos seres esencialmente felices. Es decir, hacemos cantidad de cosas ambiguas y confusas por las cuales nos tornamos frustrados, doloridos, fracasados, etc... Pero nuestra esencia, nuestro estado de relación es básicamente la de ser seres felices. Naturalmente somos seres con fuerza, con alegría, con salud, con productividad. Decimos que somos factores culturales. Pero la cultura que no reconozca una base biológica, es una cultura muy represiva, limitativa, disociativa y te vende como felicidad, como éxito, como meta, cuestiones que son lo opuesto a lo que biológicamente necesitamos, que no es mucho y, de hecho, ya lo tenemos.
¿Sería un invento de la sociedad de consumo?
Y de la política también. Te plantean que la felicidad es cuando vos tenés poder. Entonces te envían imágenes y representaciones donde ser feliz es lograr cosas, alcanzar metas. Pero llegado ese momento, te encontrás que eso no es la felicidad. Así cada vez te ponés metas más lejanas e imposibles, cuando resulta que eso que buscabas estaba al lado tuyo. Es como el cuento sufí del tipo que buscaba la sabiduría y le pide a su maestro “Maestro, necesito que usted me transmita su sabiduría”. “Bueno – le dice el maestro -, busca el árbol de la felicidad”. Entonces el tipo empieza a buscar el árbol y se va a Tíbet, a China, etc. En todos lados le dicen que está a tres mil kilómetros al norte o al sur. Incluso lo mandan más lejos todavía. El recorre todo. Cuando vuelve, va a ver al maestro y le dice que no pudo encontrar el árbol de la felicidad. “Lo que pasa – le contesta el maestro – es que el árbol de la felicidad, al que se accede a través de la sabiduría, está en todos lados. Todo lo que ves es árbol de la felicidad”. Claro, el tipo lo había sustantivado: lo había buscado como un árbol específico. No. Todo lo que está acá – un libro que lees, una música que escuchás o un poema que escribís, etc. – es el árbol de la felicidad. Lo encontrás porque está al lado tuyo.
La felicidad es algo que ubicamos en el futuro o en el pasado. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocerla y ejercerla en el presente?
No la reconocemos. O, a veces, renunciamos a la búsqueda. Ahora, el pasado y el futuro no son biológicos, porque el organismo no reconoce entre pasado, presente y futuro. Estas son categorías de la sociedad industrial. Son producto de la cultura. Para el organismo todo es presente. Es decir, el organismo tiene memoria del Big Bang. A veces les digo a mis pacientes “Ese rubiecito que está en esa foto soy yo”. Y entonces me dicen “Ah, era usted”. No, no, soy yo. Soy yo ahora. Somos todos en este momento. Por eso, uno tiene memoria del Big Bang aunque no la usemos. Está todo aquí y ahora. Entonces, el cerebro no reconoce el “no” y no reconoce el ayer, hoy y mañana. El “no” es cultural. El “no puedo” no existe para el cerebro: existe el “puedo no” y el “puedo sí”. “Puedo sí” mucho, algo, poco o nada. Entonces cuando se le da la orden de que no debe hacer tal cosa, lo primero que piensa es en hacerlo. Por ejemplo “no debes pecar”. El cerebro piensa en pecar y luego dice “Ah, es lo que no tengo que hacer”. Después se pregunta “¿puedo pecar?” y se responde “Sí, puedo pecar. Puedo pecar y puedo no pecar. Entonces, por qué no hacerlo. Sí puedo”. Puede pecar mucho, algo, poco o nada. Para el cerebro es una decisión. Por eso la culpa también es producto del “no”. Cuando te dicen que no debés hacer tal cosa, en realidad, te están induciendo a hacerlo.
SER Y DEBER SER.
¿Qué tanto juegan categorías como “ser” y “deber ser” a la hora de ser felices?
Mucho. Y juega con la violencia. Porque el “deber ser” siempre niega al “ser”. Te dice que debés ser de tal manera, que debés ser pacífico. Pero eso está negando la violencia como posibilidad y como vida cotidiana. Hay mucha violencia. Entonces cuando plantean la mediación como estrategia de la paz, están planteando una violencia más. ¿Por qué? Porque te la muestran como un estado de ser que tendría que estar en un futuro. Por lo tanto, está negando este estado de ser ahora. Por eso es que el “deber ser” siempre niega el “ser”. Debo empezar por reconocer la violencia que hay en mí, este contexto de violencia en que estoy y que comienza por mi músculo. Vas caminando por la peatonal y te llevan por delante. Viene un tipo haciendo musculatura y se traba, como dicen ellos.
No creo que sea el músculo -físico- el que haga agresiva a una persona.
No, no. Eso está enganchado con el uso, con tomar al cuerpo como un dispositivo, como un medio. Y, en general, el cuerpo tomado en ese sentido tiene que ver con estar en la competición. Entonces, en la competición, yo tengo que llegar a ese estado de ser y niego “este” estado de ser. Y, en esa negación, nadie discute el “deber ser”. ¿Por qué debe ser así? Si, de hecho, no es. Todo esto obstaculiza la posibilidad que entremos en contacto con algo mucho más simple como es la felicidad. En la felicidad no hay competición. En realidad, cuando la gente se reconoce, no se daña. Por ejemplo, cuando hablamos de ética nos referimos a la ética jurídica: castigo, culpa, muerte, etc. Pero hay otra ética que es esencialmente amorosa. Es decir, yo no te voy a robar, no te voy a hacer daño porque tengo una exigencia biológica que va con vos. O sea, que si yo no reconozco esto, me voy a hacer daño a mí mismo. Entonces, tenemos una ética amorosa y una estética, que es biológica. Entre los seres vivos hay una danza de veinticinco horas: son los ritmos circadianos. Se ha determinado que cuando la comunicación humana es eficaz, la gente se acompaña en los ritmos biológicos. Si a esta altura de la conversación nos vinieran a medir, encontrarían que estamos con la misma presión arterial y los mismos ritmos cardíacos. Se mide acidez, alcalinidad, circulación, ritmo cardíaco, etc. Y se encuentra que las personas empiezan a avanzar en los mismos ritmos. Es el ritmo que se encuentra entre la madre y el hijo y que evita que el bebé tenga muerte súbita o autismo. Lo mismo sucede entre una tía y su sobrino, etc. Uno debe prepararse para el ritmo circadiano, para esta danza biológica entre las personas. Hace poco atendí a un paciente derivado por un médico con un cuadro de presión emocional. De un momento a otro se le bajaba la presión. Cuando le pregunto qué otra persona de la familia tiene problemas de presión, me contesta que el padre. Parece que cuando a su padre se le subía la presión, a él se le bajaba. Después se nivelaba. Su papá había muerto hacía poco de un ataque y el médico no había visto esto. También la esposa y el hijo manifestaban problemas de salud al mismo tiempo. Eso es un ritmo circadiano: en este caso una familia que tiene una danza en sus ritmos biológicos. Vos regulás todo en función de tus conexiones emocionales y biológicas de las personas con quienes convivís.
¿Qué sucede cuando no se convive armoniosamente?
Lo que no es armonioso, lo que no es coordinado, es terrible. Puede ser mortal. Por eso un biólogo habló de “la pasión de convivir”. Y esto tiene mucho que ver con lo amoroso. Amoroso con minúscula, no amoroso trascendental o genital: es la caricia diaria que se dan las personas que tienen pasión por convivir. En nuestra sociedad se niegan las emociones y se niega el cuerpo. Hay una negación violenta del cuerpo del otro. Pero si niego el cuerpo del otro, niego mi propio cuerpo. También las emociones. Para esta sociedad, un hombre que habla de las emociones, es puto. Y si se le ocurre hablar de amor, seguro que es puto.
LA FALTA
Muchas veces nos encontramos pensando en lo mucho que nos falta para ser felices y descuidamos la idea de que todo eso que podríamos “lograr” está ya en nosotros. Claro. El “deber ser” es como un ojo que pongo al final y que me dice lo que no tengo.
Hay vidas enteras persiguiendo esa zanahoria, ese paraíso perdido.
Ojalá fuera zanahoria porque ya lo tendrías claro: perseguirías vitamina A, algunos minerales. Pero ahora no hay ni eso.
¿Cómo influye la situación social y económica en la manera como se percibe el hombre con respecto a su felicidad?
Economía no hay. Hay finanzas. Y las finanzas siempre niegan a la persona. No hay ningún lugar en el mundo en que los intereses bancarios tengan el nivel de los que tenemos nosotros. No hay otro ningún lugar en el mundo donde la patria financiera siga tan viva y creciendo como acá, donde cada dos casa tenés una financiera. Entonces, en este contexto, hay que aclarar que no hay economía. La economía tiene que ver con la buena administración de los bienes, de tal manera que sostenga la existencia viva de las personas. Por eso en la antigua Roma, donde se creó este término, la economía era sostener al padre y al abuelo, que orientaba cómo hacer para que los nietos y bisnietos siguieran vivos. Debía alcanzar para comer, sustentarse, producir y seguir con vida. Pero acá no está planteado el sustento del hombre. Y ningún partido político –del signo que sea- está pensando seriamente en tener una propuesta económica.
En realidad no están pensando en el hombre.
No. Hoy el político está pensando en cambiar la esposa de cuarenta y cinco por tres de quince, cambiar el auto, salir de vivir en el Volcadero a tener una casita en Miami Beach. Entonces, toda esa idea que confunde entre felicidad y éxito, hace mucho mal. . El éxito quiere decir “terminé”, “me salvé”, “salí afuera”. Esa es la raíz de la palabra “éxito”. Pero eso no sirve para la vida cotidiana. En cambio, la felicidad y la alegría sí son para la vida diaria. La alegría significa “vivificar”, “embellecer”. Por ejemplo, vos tenés poco para comer, pero hacés un mantelito, lo ponés y todo cambia. Tenés sólo un café con leche, pero lo batía y lo hacés espumado… Yo atendí a un matrimonio al que el dinero le alcanzaba nada más que para que cenara el hijo. No alcanzaba para ellos. Sin embargo, un día me dice “Somos tan felices mi esposa y yo tomando el mate a la noche.” Por otro lado, hace poco le pregunté a una amiga que es económicamente poderosa, si era más feliz cuando su papá iba vendiendo de puerta en puerta para comprarle una casita a cada hijo o ahora que es increíblemente rica. Me miró y me dijo “Entonces”. Había sido más feliz entonces.
La felicidad no tendría que ver con las posesiones económicas.
No. La posesión y la pelea por el territorio es animal. Eso lo compartimos con los animales: pelear por la posesión de algún objeto y por el territorio. Pero eso no te lleva a la felicidad.
DARSE PERMISO.
¿Qué necesitamos para ser felices?
Muy poco. Siempre es algo generativo, algo creativo. Generalmente tiene que ver con la idea de crecimiento. Por ejemplo, se da con las plantas. Yo ahora planto cebolla. Saco sólo las hojitas para condimentar la comida que cocino. Veo cómo las plantitas mueven sus hojas en función del sol o cuando es de noche y me pongo contento porque esas hojas, que yo cuido, están creciendo. Entonces, se da una cosa de contagio, donde lo poquito tuyo está teniendo una dimensión increíble. No es por cantidad. Es porque, a pesar de ser algo chiquitito, es trascendente para vos. En realidad, la felicidad y la alegría no buscan la cantidad. Buscan la precisión, la conexión y lo cualitativo. Se alimentan de cosas muy pequeñas. Muchas veces estamos en un estado de felicidad, aunque pase desapercibido para nosotros.
¿Por qué unas personas son felices y otras no?
En realidad, es muy posible que las dos estén siendo felices. Pero nosotros tenemos ambiciones. Y la ambición quiere que algo sea permanente. Tampoco hay que explicarlo mucho: a la felicidad tenés que permitírtela. Fijate que por ahí te encontrás con alguien que te pregunta cómo estás y vos dudás en decirle que estás bien. Terminás diciendo “Aquí estamos”, porque si le decís “Estoy muy bien” parece raro. Pero estar muy bien es una cosa tan chiquitita, tan linda, que vos la cuidás, la protegés. Ahora, andá a explicarle al otro que no es que estás bien porque tenés determinada guita en el banco, que con el interés te compraste un auto nuevo y que vas a viajar a Europa. Inmediatamente, el otro entiende el “muy bien” como que tus ambiciones se están logrando.
A veces tenemos la idea equivocada de que hay tiempo para vivir bien. Y no es así. No hay más tiempo que el que estamos teniendo hoy.
No. No hay tiempo. Hay que hacerlo hoy. Además, nosotros somos más felices incluyendo a la muerte como parte de nuestra vida. Hay un teorema de Pascal donde dice que hay que vivir bien –no en el sentido de confort, sino de bienestar – por dos circunstancias: si hay otra vida y yo he vivido bien, entro habiendo vivido bien. Si no existe otra vida y ésta es la única, he vivido bien. La cosa es simple: Hay que vivir bien.
¿Cuánto crees que estamos dispuestos a arriesgar para ser felices?
Creo que cuando uno está en el amor – que no es trascendente -, en la felicidad y en la alegría, está en una permanente cosa novedosa. Y lo novedoso es incierto, es inseguro, es un riesgo. Volvemos al tema del “ser” y del “deber ser”. Nosotros hablamos de riesgo cuando creemos que es pronosticable algo que debe lograrse. Hay riesgo cuando vos hacés algo pensándolo como un estado final, equilibrado, sin conflictos.. Pero si vos pensás ese estado en proceso, ese “estando”, no hay ningún riesgo de nada. ¿Cuál es el riesgo? Lo que quiero decir es que el “deber ser” se te filtra por la idea errónea de que habría un “no riesgo”. Pero decime en qué no hay riesgo si todas las cosas tienen un grado de azar. Todo es incierto, es probabilística. Hay que hacer como el Ulises de James Joyce: salir a la calle sabiendo que todo un día es toda una vida.
(Esta entrevsta apareció originalmente en EL COLECTIVO 21 de Oct/Nov. del 2008. Vaya su publicación como un sincero homenaje a nuestro amigo y colaborador que nos dejó hoy pero que, como fue tan buen tipo, seguirá presente en todos los que lo conocimos)
5 comentarios:
pablo fue mi terapeuta, buscando algun escrito sobre el encontre este tesoro en esta hermosa revista, la verdad nuy claro hermoso lo que esta escrito gracias pablo pot todo lo diste!!!!!
gracias pablo, el fue mi profesor y gracias a el sali adelante en la vida la verdad es una gran persona, como dice el no existe el pasaso y futuro, todo esta aca ahora, te quiero pablo
parece mentira pero yo tambien, buscando palabras de pablo encontre este tesoro, la verdad es hermoso y me emociona mucho este escrito, pablo yulita sigue vivo en nuestros corazones y sus enseñanzas tambien, te queremos pablo, familia kapp
lo que dice pablo yulita es asi, en el año 90 estudie con el fui alumno, la verdad una persona que dio mucho amor, me preguntaba en clase si habia desayunado y como estaba, siempre preocupado por el projimo, gracias pablo, tus enseñanzas siguen vivas en mi.
pablo como te extrañamos, cuanta sabiduria en tus palabras
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