Revista EL COLECTIVO
sábado, 30 de julio de 2011
ESA GENTE NECESARIA
GRUPO COMPARTIR Y LOS SIN TECHO EN PARANA
Por OSVALDO QUINTANA
“Merecer la vida no es callar ni consentir tantas injusticias repetidas”
ELADIA BLASQUEZ
No se andan con vueltas ni aparecen posando de solidarios para alguna foto del periódico local. Indagaron en aquello que más les dolía y pusieron manos a la obra para intentar solucionarlo. Entre tanto “no se puede” o “¿ yo que tengo que ver?”, entre tanta indiferencia, ellos fueron a lo concreto. Sus integrantes tienen muchas causas y motivos para hacer lo que hacen pero existe uno que los unifica y moviliza: el dolor del otro. Por eso es que hoy, cuando muchos reparten mercadería vencida y otros manosean la palabra vida en carteles proselitistas y discursos hipócritas, ellos prefieren continuar con una labor silenciosa que ya lleva cuatro años: asistir a aquella gente que vive en la calle: los invisibles, los “sin techo”, los olvidados entre los olvidados. Aquellos que no forman parte de esta hipócrita “ciudad paisaje”.
“Los doctores son una maza”. Noche de miércoles. La plaza Sáenz Peña está en penumbras. Han pasado sólo unos minutos después de las nueve y el frío ha logrado que la plaza quede semidesierta. Un viento helado parece penetrarte los huesos mientras, una veintena de cuerpos, entre hombres, mujeres y niños, se amontonan en la vereda de calle Illia resistiendo al frío, mirando con impaciencia, como esperando alguien.
Fabián no puede mantenerse quieto, el frío hace que camine de aquí para allá mientras habla y cuenta de su vida y de las noches en la calle, de la policía que maltrata a quienes duermen en los bancos de la plaza y de cómo se las rebusca para seguirla peleando. Me muestra una foto de su hermana ausente. Después se aleja unos metros para juntarse con los demás. Son como las nueve y quince de la noche cuando aparecen los dos vehículos. Entonces el grupo de personas se acerca ordenadamente. Charlan con los recién llegados como viejos conocidos. Hay alguien que muestra una receta solicitando un remedio. A medida que van recibiendo la porción de comida caliente junto con el pan, jugo y la naranja de postre, cada uno se va alejando. Algunos para comer junto a los suyos, bajo techo. Otros comerán allí mismo, en un banco de plaza, cuando la Sáenz Peña se transforme en albergue para aquellos que no tienen donde ir.
Pedro es médico del Hospital San Roque; también el alma y el motor de una agrupación que, por darle un nombre, decidieron llamar Compartir, aquella que hace varios años asiste a una cantidad de personas que viven en las calles de nuestra ciudad. Ellos aceptan que los acompañe pero prefieren que no salgan sus nombres. En realidad no quieren publicidad alguna. Un hecho que puede causar extrañeza en esta ciudad de figurones y figuritas, donde salir en el periódico con foto y todo donando un calcetín permite que muchos puedan dormir tranquilos y sean reconocidos por parte de la sociedad.
Juan duerme desde hace muchos años en algún banco del Hospital San Martín. “Demasiados”, dirá minutos después. Tiene un abrigo viejo que sobresale junto a su barba blanca. Su cuerpo se mueve lentamente. Dice que algunos guardias del hospital los discriminan pero enseguida se apura a aclarar que no son todos iguales. “Nos dicen que tenemos que irnos a la calle. Y hace mucho frío en la calle. Este invierno ha sido muy cruel, pero aquí andamos, tirando, luchando todos los días, esperando la casita. Nos dijeron que en cualquier momento va a estar. Yo hace muchos años que estoy acá en el Hospital y quisiera irme de acá. Estoy cansado de sufrir. Ojalá nos den la casita. ¿Te das cuenta?”
Hace cuatro años un grupo de pediatras del Hospital San Roque se juntaban para intentar solucionar aquello que más les dolía: la situación de los sin techo en Paraná. Con el tiempo se iran sumando estudiantes universitarios, residentes, amas de casa, jubilados y otra gente que se iba enterando. Actualmente Compartir está integrado aproximadamente por 20 personas quienes cada miércoles van turnándose en las distintas labores: planificación, organización, contactos con otras instituciones, trámites a nivel burocrático con el Estado. Aparte de la tarea más específica que consiste en realizar las compras, cocinar y distribuir la comida con materiales descartables.
Pedro, el doctor, baja el volumen de la radio, mientras el vehículo dobla hacia calle Gualeguaychú rumbo a la Placita del Cristo Redentor. “Yo a esto lo copié de una experiencia en Buenos Aires, gente de una parroquia que sale todos los lunes a hacer lo mismo que nosotros: asistir a la gente sin techo. Allá es impresionante la cantidad de personas que están en esa situación. Y nos dimos cuenta de que acá también existía gente viviendo en la calle. Sucede que vos pasás, estás en otra y hasta que no sabes como es la cuestión, no le das importancia. Y la idea de una vez a la semana darles de comer es para ponernos en contacto y acompañarlos en la vida que les quede por delante”
Los miembros de Compartir hicieron un relevamiento en la ciudad. Así pudieron detectar, dentro del radio céntrico, alrededor de 20 personas que viven en la calle pero, de todas maneras, cada miércoles transportan comida para alimentar a cien porque, aunque muchos tienen viviendas alternativas que se prestan entre ellos, no poseen la cantidad suficiente de dinero como para proveerse de alimento.
La idea primordial pasaba y pasa por conseguir un techo donde pudieran dormir. Después de manejar otras opciones tuvieron que recurrir a la Municipalidad. Por entonces estaba Sergio Varisco de intendente y no tuvieron mucha suerte “sobre todo por la gente que lo rodeaba”. El actual intendente los recibió y los despidió con promesas. “Nos aseguraron, hace más de un año y medio, que iban a conseguir la casa, la sacaron en el diario tres o cuatro veces. Según ellos ningún dueño quería alquilarles cuando sabían para que era. El tema es que pasó otro año y esta gente se quedó sin techo. Entonces nos pusimos firmes para que resolvieran esto porque ya se nos habían muerto 3 o 4 personas”. “Ponen excusas- interviene la doctora desde el asiento de atrás - Nosotros fuimos con la llave de una casa en calle Salta y el arquitecto, tendrías que haber visto como vino y la desechó ´de una¨. Entonces le digo: ‘pero, ¿usted que pretende?’ La habíamos conseguido en $ 600,00 por mes y los dueños no tenían ningún problema en alquilarla”.
“El fin de año pasado uno de los mendigos le dijo a uno de mis compañeros: ‘Bueno, que el año que viene sea excelente para ustedes’ Él le contestó: ‘Para usted también’. ‘No, no para ustedes – fue la respuesta que recibió- Así nos pueden seguir ayudando.".
“Cuando comenzamos íbamos a la plaza de los bomberos, inclusive a la estación del ferrocarril y al Parque, en la esquina del Indio. Muchos vivían en el palomar. ¿Viste donde está el monumento a Bertozzi? Los mendigos habitaban la parte de abajo. En el antiguo baño del Parque, donde ahora guardan herramientas y demás. Ahí dormían 4 o 5 personas. Casualmente una de las muertes de la gente nuestra, uno muy querido que era Pedro, casi nunca iba a dormir allí. Pero una noche fue, lo confundieron con otro, lo mataron y lo quemaron. Un excelente muchacho. Si este compañero hubiera tenido donde dormir no lo hubieran matado".
El problema principal pasa por conseguir un techo, pero no es el único. Existe otro aún más difícil: el alcoholismo. Según un segundo relevamiento efectuado por los miembros de Compartir, el 95 % de la gente que vive en la calle es alcohólica.
Pedro, el doctor, dice que todos los alcohólicos son llevados al Hospital Roballos donde, si bien existe buena predisposición por parte de los profesionales, la atención de las personas sin techo nunca debería ser igual a aquellos que sí lo tienen, que poseen una casa o una familia. “El problema es que ellos no tienen contención. Casi todos sus familiares los han abandonado. Sucede que cuando se intoxicaban y eran llevados al Roballos, bueno, dejaban de tomar, le ponían suero, se alimentaban un poco mejor y después les daban el alta junto a unas pastillas, diciéndoles que debían tomar dos a la mañana, dos a la tarde y dos a la noche y después asistir al consultorio externo. Pero no se daban cuenta de que esto es imposible para ellos: la plata que sacan, generalmente cuidando autos, les alcanza para comprarse algún sándwich o para el vino. Ni por las tapas van a tomarse las pastillas si viven en la calle."
Hace un año funciona en el Hospital Roballos un grupo que se la llama GIA (Grupo Institucional del Alcoholismo)Para el doctor “el proyecto en sí es bueno. Pero todavía no se ha podido aplicar bien con la gente que vive en la calle”. La doctora agrega que, en estos casos, el alcohol adquiere un especial significado para ellos: “les permite seguir sobreviviendo. Gracias al alcohol se adormecen, se calientan, se alegran. Y resulta muy dificultoso sacarlos de ese estado si no les ofreces otra cosa, otro proyecto o, al menos, una casa o una cama". El diálogo se interrumpe por unos minutos. El Mercado por calle Venezuela es la cuarta parada.
“Aquel que ves ahí trabajaba en OCA. Mejor dicho, era seminarista y cuando murió el padre, dejó y empezó a trabajar en OCA. Después lo despidieron. Tenía mujer e hijos que lo abandonaron. Todo se juntó, empezó a tomar. Ahora es un alcohólico que cuando no tiene vino toma hasta alcohol con agua”.
Hace ya dos inviernos del anuncio mediático realizado por la Municipalidad de Paraná respecto a implementar un lugar que cobije a las personas que viven en la calle. Diana Olivera, Secretaria de ¿Justicia Social? de la Comuna había ratificado hace un tiempo “la decisión del intendente Solanas tendiente a ofrecer una solución urgente para brindar alojamiento a las personas sin techo”. Se argumentó que “no podemos seguir esperando, ya que hubo dos licitaciones en busca de alquiler que se declararon desiertas”. Hasta ahora las soluciones brillan por su ausencia. Se había hablado de una casa en calle Colón cercana a Acción Social. Ahora el anuncio mediático pasa por otra ubicada en calle Don Bosco donde, dicen, están trabajando una o dos personas. Las autoridades no parecen tener mucho apuro aunque la solución no sea muy costosa. Estamos hablando de 15 a 20 personas. “Mira – dice el doctor abriendo la puerta del vehículo – cuando hay verdaderas intenciones de hacerlo... Esto se podría haber hecho hace mucho tiempo”.
“ El doctor nos ayuda porque a veces no tenemos para comprar los alimentos. Entonces vamos a buscar la comida ahí y comemos. A nosotros nos dijeron que la Municipalidad la va a dar solamente hasta el 15 de septiembre porque después va a haber una casa donde van a llevar a los viejitos que no tienen techo. Así que, a nosotros nos quedaría nomás los miércoles porque la casa sólo sería para ellos. Yo creo que hay más gente durmiendo en la calle. Los otros días, cuando fuimos a cuidar autos al Parque, vimos durmiendo como a cuatro viejitos con un montón de bolsas y cartones. Sí, el doctor a veces los ayuda, le dan cobijas. Pero yo sé que algunos las venden para poder tomar”
A esta hora el edificio de la vieja Catedral de Paraná no se asemeja al de las postales que venden desde la Secretaría de Turismo. Mas bien parece un gigante dormido y abandonado. Sus escaleras sucias dan paso a un espacio invadido por las sombras que ocultan y a la vez cobijan. Cerca de una puerta, cerrada herméticamente por quienes dicen defender la vida, se amontonan 2 o 3 ancianos. Más hacia la derecha, un muchacho de ojos grandes y mirada esquiva se acurruca tratando de conciliar el sueño. El frío no lo deja.
“¿Dan abasto con todas las necesidades?”
“Existe la gente suficiente para mantener esto – dice Pedro – y cada uno aporta algo. Por supuesto, no tenemos nada que ver con ningún tipo de gobierno, ni Municipalidad ni nada. Sí hay instituciones que colaboran como Cáritas o Emaus. También hay empleados de la DGI, IAPV y la Justicia Electoral que se juntan y colaboran con mercaderías. Ese muchacho trabaja en Cartocor” - dice señalando a la persona que maneja el vehículo delante nuestro transportando los taper con comida caliente, en compañía de sus dos hijas.- Además de alimento llevamos ropa, colchas, algún calzado. Para algunos que se juntan por ahí y cocinan con fuego les damos fideos, arroz, azúcar y yerba. En el Hospital de Niños tengo una pieza que sirve de depósito y consultorio. Hacemos lo que podemos. Cuando hay alguien internado lo vamos a visitar pero, por ahí, se nos escapan algunas cosas de las manos y se nos mueren. Y lo sentimos mucho. Pasa que quien tendría que ocuparse es el Municipio, el Gobierno. Una cosa positiva es que la Municipalidad salió unas semanas con nosotros y empezó a darles de comer el resto de los días. Es lo más positivo que logramos en cuatro años. Ahora la meta es la casa y después el tratamiento para los alcohólicos. Yo, con el último que se murió, fui a amenazar con un juicio a la provincia y el municipio por desamparo de persona. La única oportunidad que tuve de hablar con el intendente, le pedí que alquilara cuanto antes una casa. Se mostró muy solícito, tuvo buenas intenciones aunque, por supuesto, todo es político: al día siguiente apareció la noticia en los diarios y fotos y todo eso. Pero, bueno, un poco más hizo. Pero esto de la casa me enfureció mucho porque podría haber estado mucho tiempo antes”. El vehículo vuelve a detenerse, esta vez en Plaza San Miguel, la última parada. Los demás bajan mientras Pedro se demora unos instantes para terminar la idea. Después alguien le golpeara el vidrio del auto: “Quiere verte”, le dicen. “ Es Rubén, el que duerme en el Museo. Vení, vamos a verlo”.
“Había un muchacho al que encontrábamos siempre en un mismo lugar. Y le llevábamos comida. Un día se le consiguió trabajo en una casa quinta. Él fue y cumplió. Después otra persona le consiguió una bicicleta. Otro día nos contó que había empezado primer grado en la nocturna y que sus hijos lo ayudaban en el aprendizaje. Uno del grupo comenzó a darle clases particulares. Recuerdo a este chico porque fue el único éxito que tuvimos en cuatro años”.
Ellos conocen sus nombres. También sus historias. Y lo más valioso: les importan. “Para llegar a esa situación atravesaron todas las barreras éticas, humanas y demás – define la doctora- Por eso nuestro trabajo es transversal. El otro es un igual, pero en un estado de injusticia muy fuerte. Y ese otro bien podría ser uno mismo. A cualquiera podría pasarle.”
La labor de Compartir sacó a la luz la existencia de un montón de gente que no es asistida por ningún organismo gubernamental. Sus miembros superaron la comodidad de la casa, ese lugar confortable desde el cual resulta sencillo hacer discursos vacíos y pedir paciencia. Como ellos dicen: el obstáculo principal es uno mismo, luchar para superar las barreras de la indiferencia.
Son alrededor de las once y media de la noche, el colectivo está casi vacío: una pareja allá en el fondo y, en el segundo asiento, un tipo con un portafolios y aspecto cansado. El chofer sube un poco el volumen de la radio para escuchar mejor el segundo tiempo del partido. Por la ventanilla puedo ver a Rubén en la penumbra del Museo. Ha terminado la comida y ahora acomoda un poco sus frazadas. A una cuadra de Casa de Gobierno y cinco de la Municipalidad de Paraná, este hombre intenta dormir a la intemperie bajo el frío impiadoso de la noche. Les han prometido, casi como una burla cruel, que para el verano próximo estará el anunciado albergue. Claro que, un poco lejos: por las afueras de la ciudad, en la esquina de Don Bosco y Blas Parera. De todas formas no parecen tener demasiado apuro. Por ahora lo único que han hecho ha sido desalojar a la familia que ocupaba el inmueble. Lo que se dice un magnífico comienzo.
Los testimonios pertenecen a integrantes de Compartir y algunas personas asistidas por el grupo.
Para colaborar con la tarea que realiza Compartir hay que dirigirse a la Sala 4 del Hospital San Roque de Paraná.
NOTA APARECIDA EN REVISTA EL COLECTIVO Nº 6 -SEP/OCT. 2005
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