Revista EL COLECTIVO

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lunes, 1 de agosto de 2011

TODO CONSUMO ES POLÍTICO

ECONOMÍA SOLIDARIA Y MEDIO AMBIENTE
POR GILDA GARCIA




Nos hallamos inmersos en un modelo de producción que, para funcionar, consume grandes cantidades de energía, destruyendo ecosistemas enteros y olvidando la solidaridad intergeneracional que nos sostiene como especie.
Está demostrado que acumularla mayor cantidad posible de bienes y servicios no es un pasaporte a la felicidad. Es necesario dar un paso atrás para luego avanzar hacia un modo de existencia que ponga en valor los vínculos, la alegría, el arte.
Si bien no es posible dejar de consumir, podemos hacerlo desde una óptica diferente, basada en la sostenibilidad y en la satisfacción de las necesidades básicas del medio ambiente de todos los hombres.
El sistema nos necesita como consumidores. Por tanto, consumir de forma conciente y responsable es un instrumento de presión frente al mercado y una manera de devolvernos una identidad cultural no tan lejana.



“La tierra es suficiente para todos pero no para la voracidad de los consumidores”
MAHATMA GANDHI


“El 20 de abril de 2010 quedará inscripto en la historia mundial como un día desastroso para el medio ambiente. Una plataforma petrolera explotó en el Golfo de México (Estados Unidos) y poco después se hundió. ¿El resultado? Once personas desaparecidas y un derrame descontrolado e incesante de petróleo que ya suma dos semanas completas de contaminación sin precedentes. Se estima que para remediar el daño medioambiental causado harán falta décadas”. (www.blogdemedioambiente.com).
Mientras se escriben estas palabras en el mundo se suceden huracanes, terremotos, tsunamis, inundaciones, sequías y desertificaciones que no son desastres naturales sino preámbulos de un final anunciado: el agotamiento de un modelo de producción y consumo que comienza a consumirse a sí mismo.
A pesar de esto, los países más enriquecidos y principales emisores de CO2 se oponen a hacer el más mínimo sacrificio económico para evitar estas catástrofes, negándose a reconocer la deuda climática que tienen y mantienen con los países subdesarrollados y empobrecidos de los cinco continentes.
Ya en la Cumbre de la Tierra de 2002, una declaración oficial de Naciones Unidas sostenía que las principales causas de que continuara deteriorándose el medio ambiente mundial eran las modalidades insostenibles de consumo y producción, particularmente en los países industrializados.
Las empresas y corporaciones realizan estudios de marketing, verifican que sus clientes están preocupados y no quieren quedarse atrás. Entonces pagan dudosas publicidades sobre bolsitas de tela para salvar el medio ambiente. Pero no lo hacen por su responsabilidad social sino porque eso favorece el balance final de sus finanzas.
Para Leonardo Boff, teólogo y militante ecologista, “La lógica que explota a las clases y somete a los pueblos a los intereses de unos pocos países ricos y poderosos es la misma que depreda la Tierra y expolia sus riquezas, sin solidaridad para con el resto de la humanidad y las generaciones futuras.”
Actualmente, se utiliza una herramienta que sirve para analizar la demanda de naturaleza por parte de la humanidad: la huella ecológica. Andamos por la vida dejando un rastro y generando impactos sobre los recursos naturales. Esto siempre ha sido así. El problema reside en que en las últimas décadas hemos excedido la capacidad regenerativa de la Tierra tomando más de lo que la naturaleza nos podía brindar. Por ejemplo, se estima que una dieta sostenible, bien diseñada, produce una huella ecológica entre cinco y diez veces más pequeña que la dieta media de los países ricos. Cada habitante de Estados Unidos consume un promedio de 13 hectáreas . Si todos los seres humanos alcanzáramos esos niveles de gasto serían necesarios siete planetas. Entonces, la huella ecológica aumenta con más calorías, más carne, más transporte, más embalaje y más desperdicio. Pero disminuye con alimentos ecológicos, vegetales de temporada y producidos en el entorno cercano.
Si consumimos más recursos y producimos más desechos de los que el planeta puede soportar, nuestro estilo de vida no será sustentable en el tiempo
La cosa pasa por preguntarnos ¿Qué huella queremos dejar en nuestro paso por el mundo? ¿Cuánta soja fumigada, cuánto río depredado, cuánta pastera contaminante y cuánta minería a cielo abierto puede soportar nuestro mundo? Asistimos a la desaparición de pueblos enteros que, con la promesa de trabajo y reactivación de zona, pasaron a ser daños colaterales del modelo. A esos hombres y mujeres no los vemos en los canales del monopolio “todo negativo” ni en los del “todo positivo”. Ellos no bailan por un sueño ni festejan bicentenarios.

LOS QUE LUCHAN Y LOS QUE LLORAN
En la década del 90 con nuestro supuesto ingreso al Primer Mundo perdimos el sentido de pertenencia. Olvidamos cómo diferenciarnos. Pero cada pueblo de la Tierra tiene su identidad particular, diversa, aunque todos usemos los servicios de Personal, tomemos Coca Cola y calcemos Nike.
Hoy, la subjetividad de muchos emana de valores como el status socio-económico, apariencia y relaciones de poder que muy poco hacen a la convivencia y comunión con los demás. Quienes pueden consumir los productos que ofrece el mercado lo hacen, y los que no, consumen los valores que sustenta este modelo de consumo. El pobre ya no ve en el opulento al responsable de lo que a él le falta. Ve y desea un modelo a seguir, una clase de vida que sueña como propia aunque, por el momento, solo la mire por TV.
Cotidianamente hablamos de la sociedad de consumo en que nos hemos convertido como si ésta tuviera vida propia. Pero esa sociedad de consumo está conformada por hombres y mujeres con capacidad de decisión y elección. Podemos consumir mirándonos el ombligo o hacerlo desde un pensamiento continente, sabedor de que su destino está atado al de los otros hombres y al de la Tierra toda.

“La singularidad del saber ecológico reside en su transversalidad, es decir, en el relacionar hacia los lados (comunidad ecológica), hacia delante (futuro), hacia atrás (pasado) y hacia adentro (complejidad) todas las experiencias y todas las formas de comprensión como complementarias y útiles para nuestro conocimiento del universo, nuestra funcionalidad dentro de él y para la solidaridad cósmica que nos une a todos.” (LEONARDO BOFF)
A veces resulta un poco irrisorio hablar de consumo responsable individual frente al despilfarro que ostentan algunas áreas estatales y empresariales. Pero el consumidor tiene un poder político innegable. En 2001-2002 quedó demostrado que los que tenían el poder se vieron obligados a realizar algunos cambios. Si más tarde volvieron a lo mismo no es solo su culpa sino también nuestra responsabilidad por no ser consecuentes en exigir esos justos reclamos. Al fragor de esos acontecimientos aparecieron muchos proyectos y algunas concreciones. En el camino quedaron discursos y actitudes grandilocuentes de los que siempre se suben a la cresta de la ola para luego ir deslizándose suavemente hacia la orilla sin ser advertidos, esperando otra moda vistosa a la cual montarse. Esos “intensos” militantes de lo que salga siempre van a existir. Y tal vez no esté mal que eso suceda. Pero lo realmente interesante es la gente que queda al bajar la marea: los que impulsan proyectos y solidaridades sin esperar que el milagro se produzca mientras permanece la cámara encendida.
Como consecuencia de la crisis económica y el cierre de empresas de 2001-2002, comienza a surgir el concepto de Comercio Justo. Lo valioso y novedoso de este modelo comercial es que acerca al productor con el consumidor, sin intermediarios. En la mayoría de los casos los productores mismos salen a ofrecer su producción para obtener un precio razonable por su trabajo. La Red Nacional de Comercio Justo nace en 2001, aunque es en 2004 que alcanza su forma definitiva con el objetivo de crear un mercado interno de productos CJ (Comercio Justo) para que los consumidores sepamos cómo y dónde conseguirlos. Estos productos no ostentan envases sofisticados, marcas reconocidas o estudios de mercado, pero nos aseguran un sistema de producción y comercialización que están obligados a cumplir: el cuidado del medio ambiente (es decir, que la actividad sea sustentable), que los productores están asociados de alguna forma que permita que las decisiones y el reparto del los beneficios sean democráticos, que los niños no trabajen y que los hombres y mujeres reciban igual remuneración por igual trabajo. No sigue la lógica de mercado que baja costos para optimizar ganancias sino que, junto a la posibilidad cotidiana de ir mejorando sus métodos de producción, les asegura dignidad a productores y artesanos a través de un precio de venta razonable.
En nuestro país, y como consecuencia de las crisis, cobraron fuerza diferentes modalidades de economía social como microemprendimientos, pymes, cooperativas, ferias de trueque, fábricas recuperadas, distintos proyectos piqueteros, asambleas barriales y artesanos que dieron forma a una extensa red de producción donde ,en muchos casos, han marcado la diferencia entre la exclusión y la inclusión para ellas y sus familias.
América Latina entró al movimiento de Comercio Justo en 1973 mediante la exportación de café a Europa. En Argentina llegó un poco más tarde, motivo por el cual estamos en desventaja con otros países de la región. Para Rubén Ravera –uno de los fundadores de RACJ (Red Argentina de Comercio Justo)-- “la crisis de 2001 tuvo mucha importancia porque la gente se hizo más consciente del valor de la solidaridad. Hasta entonces, la Argentina no se pensaba a sí misma como un país de pobres.”
Esta modalidad de producción es una forma diferente de ver la vida, el trabajo, el consumo. En definitiva, otra manera de entender la existencia, la propia y la ajena, porque acá no hay otro del cual aprovecharse sino un igual al cual sumarse.



“¿Es posible mantener la lógica de la acumulación, del crecimiento ilimitado y lineal y al mismo tiempo evitar la quiebra de los sistemas ecológicos, la frustración de su futuro por la desaparición de las especies, la depredación de los recursos naturales, sobre los que también tienen derecho las futuras generaciones?”. (LEONARDO BOFF)
El hombre que vive de los frutos que da la tierra o el que vive de los dones del río o mar sabe que depende la naturaleza para sobrevivir y que tomar de la tierra, el río o el mar más de lo que pueden reponer implica pan para hoy y hambre para mañana. Lo sabían también nuestros abuelos y, antes que ellos, los pueblos originarios: no se puede romper el equilibrio que permite la vida.
La naturaleza es pródiga pero no ilimitada. Muchas veces el no ver de dónde provienen los alimentos o el agua lleva a darlos por sentado y a derrocharlos. No tener presente que la mesa sobre la que nos alimentamos o la cama donde descansamos cada noche una vez fueron parte viva de algún bosque es lo que nos hace creer que ese recurso es ilimitado.

MIRAR CERCA
Un modo de vida poco sustentable en el tiempo agrava y multiplica la pobreza, el cambio climático o la contaminación del entorno.
A veces el impacto económico y ambiental de un alimento lo convierten en un lujo económico y ambiental. Preferir productos de la zona y de temporada no sólo asegura su calidad, sino que refuerza la economía local. Hay quienes proponen que entre los productos disponibles en el mercado elijamos aquellos que se producen en un radio de 150 kilómetros , porque a partir de esa distancia se multiplica el consumo energético necesario para la refrigeración y transporte por tierra, mar o aire. En invierno, por ejemplo, no es lo mismo comerse una fruta tropical de dudosa frescura que una naranja de la zona. Esto ayudaría también a rescatar del olvido una diversidad de consumos mucho más ricos y nutritivos que la empobrecida homogeneidad a que nos hemos habituado. Contadas veces nos detenemos a pensar que somos hombres y mujeres caminando y viviendo en una ciudad interior de América del Sur con todas las posibilidades de intercambio de culturas, ofrendas y saberes que esto implica.
No es necesario esperar una crisis como la que tuvimos para darnos cuenta del poder que poseemos como consumidores para cambiar la realidad de nuestro medio, ya que cuando compramos un producto de Comercio Justo o local estamos avalando una manera de producir y comercializar y descalificando otra. Un consumo responsable tiene en cuenta las condiciones sociales y ecológicas en que fue elaborado un producto o generado un servicio. No se trata solo de reducir nuestros niveles de consumo sino también de organizar la economía de acuerdo a una mayor justicia, respeto por el hombre y por los recursos naturales. Es una manera de ser solidarios con nuestros pares y con las generaciones que vendrán.
Para Jorge Rulli, integrante del Grupo de Reflexión Rural, “En el mundo global, el único subversivo pareciera ser el que no consume, en especial el que hace escuela e instrumento de conciencia crítica de ese no consumir.”
No es posible quedarnos sentados esperando que el cambio venga desde la “responsabilidad social empresaria” o de los gobiernos de turno. Debemos empezar por lo más pequeño, por lo más cercano, es decir, por nosotros mismos.
Porque el consumo va mucho más allá de lo económico. Es un hecho cultural. Y, por sobre todas las cosas, es político.

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