Revista EL COLECTIVO

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lunes, 22 de agosto de 2011

“ESTE MODELO SOLO SE SOSTIENE SI NO SOMOS CAPACES DE REACCIONAR FRENTE A EL”


Por DANIEL VERZEÑASSI

Voces de todo el mundo alertan sobre el comienzo del fin de la llamada era del petróleo. La “energía barata” no tiene mucho resto. Sin embargo, lejos de tomar las medidas necesarias para enfrentar esta crisis, seguimos mercantilizando la vida y la urbanidad, fabricando necesidades y derroches sin tener en cuenta los ciclos vitales ni respetar la existencia de millones de hombres y mujeres que cotidianamente son sacrificados en las hogueras del consumo. “Se está cayendo un mundo”, advierte el doctor Daniel Verzeñassi, integrante del Foro Ecologista de Paraná, acercándonos otra manera de entender los consumos, la urbanidad y el cuidado de la naturaleza a la cual pertenecemos.


La vida de la ciudad es un proceso lento. Las construcciones de las ciudades son procesos lentos. Y querer apresurar los tiempos de la historia es una pérdida de tiempo. Hoy se está desarmando lo construido desde los viejos paradigmas. En realidad, el presente que vivimos no es justamente el resultado del progreso del pasado: es su colapso.
A la luz de la experiencia, esta especie en que nos hemos constituido está dando aviso de que no supimos preservar la fuente energética que eligió esta civilización del hiperconsumo y la hipertecnología que para sostenerse necesita ocho planetas. Pero, como tenemos uno, están viendo la manera de resolver lo imposible. Para mantenerse en esta locura, se invaden países, se inventan armas de destrucción masivas e intolerancias islámicas. Con el fin del comunismo debieron buscar nuevos motivos para sostener ese fulgor del pasado. Pero lo que estamos viendo es el fulgor de una implosión. Se está cayendo un mundo. Su caída y arrastre cuesta mucho dolor.
Para sostener las demandas tecnológicas como las telefonías celulares hiperdesarrrolladas, por ejemplo, estamos permitiendo que se liquiden territorios y la vida de millones de personas en República Democrática del Congo, Sudán, Somalía, Níger, Uganda, Kenia y Ruanda. De estos países se saca el coltán (aleación metálica de Columbio y Tantalio), insumo básico para el desarrollo de los hilos superconductores de la electrónica miniaturizada.
A comienzos de los 90 las compañías telefónicas en Argentina ya habían saturado el mercado de telefonía celular en nuestro país (alrededor de 300 o 400.000). Entonces se lanzaron a la “construcción” de una necesidad con los resultados por todos conocidos. Sería legítima la fabricación de necesidades si el mundo fuera infinito y para proveer esas locuras consumistas no hubiera que sacrificar la vida de nadie. Pero el mundo es finito y para lograrlo se están liquidando países enteros. Y se agregan deformaciones culturales de derroches, despilfarros, de consumismo como razón de vivir y comenzar el día. Con el mismo criterio se liquidan cuencas como la del río Uruguay en nombre de la necesidad de pasta de celulosa y papel para el suntuarismo y el packaging. No es que se estén escribiendo libros para ilustrar al mundo y, a causa de esa ilustración, sacrifiquen alguna cuenca. No es así. Además, un mundo en proceso evolutivo de conciencia creciente, jamás lo haría a expensas de sí mismo.
Ese mundo del descontrol y despilfarro no puede ser jamás una expresión de progreso porque no contempla la finitud del sistema mayor que nos contiene: la tierra y el deterioro de sus ciclos de vida.
José Martí decía que en la humanidad debe haber siempre una cuota mínima y necesaria de luz. Cuando muchos la pierden, unos poquitos la concentran para preservarla y tenerla al alcance cuando esos muchos decidan recuperarla.
En estos tiempos que vivimos muy pocos han sido contempladores y sabedores de los ciclos. Esos pocos son los pueblos originarios. Empujados al exterminio, supieron resguardar ese lado que la humanidad necesita para conservarse como tal y seguir siendo lo que el “progreso” quiso expulsar. Estos grandes diferentes del planeta nos están esperando con sus saberes en una esfera de paciencias ancestrales. Tenemos que reencontrar esos saberes y esas formas que no tienen nada que ver con lo que nos han transmitido, los parámetros que siguen diseñando la vida de todos los días y ordenando corredores bioceanicos, cuencas de pasta, espacios de futuros usos comerciales del agua porque, así como antes fue el petróleo, el agua está convirtiéndose en el gran pasaporte a la riqueza.
La soberbia del paradigma en que vivimos nos ha hecho perder el sentido de la finitud. Saber que vivimos en un mundo, un espacio medible.
Hace cincuenta años nos hubiera costado la hoguera alertar sobre la contaminación de los océanos, el derretimiento de los hielos por la quema de combustibles y la emisión de gases que provoca el efecto invernadero. Mucha gente ha pagado con su dolor profundo, su desclasamiento y descalificación por haberse animado a decir que por acá no, que por esos lados vamos mal.
Ahora el tema está consolidado y hasta se ganan premios Nóbel por hablar de ello. Pero esto sucede en las mismas latitudes que antes negaban el problema, en el Norte. Y los copiadores del Sur, los colonizados con decisión de gobierno ahora reconocen las llegadas de aquellas viejas advertencias, porque las trae Al Gore, que además viene no por el preocupe el cambio climático y sus efectos, sino para promover el agrocombustible, que ellos necesitan, para continuar con su “fiesta del derroche”. Y como si fuera poco, vienen a convencernos que puede seguirse con el despilfarro, si se lo hace prolijo, como modos de “desarrollo limpio”. Y acá miran, se deslumbran, y aplauden al enemigo. Pero lo que ahora se dice allá ha tenido sus antecedentes y sus búsquedas en estas latitudes. Y, en nuestras ciudades del interior, es donde se empiezan a decir cosas antes del tiempo que esperaban nos diéramos cuenta. Es desde estos interiores – que son los más azotados- que se levantan las voces contra las mineras, las cuencas de pasta, por la defensa de las reservas de aguas subterráneas y de superficie. También contra lo que se anuncia como progreso: corredores bioceanicos como habilitación de transporte para la explotación y ruptura de ecosistemas. Son los proyectos de IIRSA (Infraestructuras para la Integración Regional de Sur América) en América del Sur.

CONSUMO E IDENTIDAD
En nuestras ciudades está muy clara la interrelación de sistemas. Entonces, cuando nosotros cuidamos el Río Paraná estamos cuidando el Río de la Plata. Cuando cuidamos las riberas estamos cuidando que sea posible la continuidad de la vida de bordes costeros, vitales en la dinámica biológica de los territorios en que vivimos. Pero la dinámica biológica no es cuidar las mojarritas. Es entender a la mojarra, es entender al pacú, al dorado y al sábalo como parte de un sistema que también integran los hombres y mujeres. Y las forestas y acuáticas de fondos y bordes. Somos parte de ese proceso. Somos ese proceso.
Esta cultura ha tenido la habilidad – no se sí perseguida como objetivo pero si logrado- de borrar nuestro sentido de pertenencia. Nos disfrazamos de lo que no somos y saludamos el “progreso” sin entender que estamos saludando nuestra pérdida de identidad. Festejamos que nos estandaricen las ciudades y que la arquitectura para un paseo público de acá termine siendo la misma que la de Venado Tuerto, Rosario, Viedma o San Salvador de Jujuy. Pero hay rasgos de identidad que, al perderse, van anunciado las desapariciones de espacios. Y con ese desaparecer, comienza el final de quienes habitan, muchas veces sin reconocerse parte de lo que habrán de borrar para siempre. Entonces, cuando la gente de la zona del Hipódromo pide la continuidad de su mirar hacia ese predio para contemplar ese escenario cotidiano, están reclamando por ellos mismos. Sin embargo otros vecinos reclaman el “progreso” y lo relacionan con shopping, salas de cines, torres,...aunque no vayan nunca al cine Rex y no adviertan lo que resignan con las construcciones de altura en servicios, en luz, en sol, en aires y barridos de suciedad ambiental por interrupción de corredores, en la intimidad de sus casas, en silencios, tan buscados en cualquier ciudad del mundo. Los silencios parecen tener valor inmobiliario solo para ofrecerlo a ricos y pudientes. La calle Mitre y su vecindario piden tranquilidad, alejar el movimiento de sus moradas. Los de Barrio Hipódromo piden movimiento, ruidos y consumo, pero nuestra identidad no solo se compone con el nombre y apellido, nuestra familia y allegados. El paisaje también es parte de ella. Aunque debamos trasladarnos a otro lugar, son aquellos rasgos de distingo los que van a acompañarnos toda la vida. Nosotros somos ese paisaje.
Lo mismo está pasando con todos los lugares que han puesto en la mira ,le han puesto precio a cada uno, : el mercado, el Puerto Nuevo, el Parque Nuevo, la fábrica de fósforos, los bordes costeros, los Arenales, el monte de la periferia oeste, el de los campos militares. Están decidiendo sin saber lo que son esos lugares. Lo hacen desde una mirada mercantil y consumista. Ven un lugar y dicen: “Acá entraran tantos edificios”. Es la soja que llega a las ciudades en dineros abultados para invertir en negocios inmobiliarios.
Están liquidando el patrimonio identitario de la ciudad. Y lo más terrible es que esto lo está llevando adelante gente embanderada de pensamientos nacionales y hacen homenajes en una Semana de la Memoria y la Identidad.
Días atrás, el humo invadió la ciudad como producto de la quema de basura. No saben que hacer con ella ni como controlar sus consecuencias. Sabemos que el 70/80 % de la basura está compuesto por plástico (packaging). Y esto es enfermedad. Estamos muriendo por el humo y nos proponen “mall” comercial, shoppping, que son las principales fábricas de basura desde sus góndolas y propuestas de consumo compulsivo. Como se regodeaba un gerente de ventas: “es increíble lo que se le puede hacer comprar a la gente en estos lugares, sin que lo hubieran venido a buscar”. ¡Qué maravilla de modelo y solidaridad!
En países centrales hay una transformación muy seria respecto de la comercialización. El presidente de Francia Nicolás Sarkozy, por ejemplo, está buscando cómo volver a un comercio de aproximación barrial, que tenga en cuenta el nuevo costo de traslado. Quieren entretejer nuevamente a las ciudades. Que vuelvan a existir los barrios, recuperar los vínculos y el conocimiento humano. Que el mostrador sea lugar de encuentro y diálogo, no la góndola. En el mostrador se pide lo que se busca. En la góndola, en cambio, se levanta lo que está al paso. Se está buscando como desarmar la tecnología enajenante y esquizofrénica para devolverse formas rehumanizadas de consumo. Este modo de mercantilizar la vida y la urbanidad está llamándose a retirada en todo el mundo. Estamos asistiendo al final de la era del petróleo, es decir, de la energía barata. En tres o cuatro años llegara el pico petrolero – punto máximo de extracción que el planeta posee. Después de eso, todo lo que se saque del petróleo va a ser menos que lo sacado ayer. Es decir, llega un punto en que decrece la extracción y en esa caída los traslados de personas, de mercancías, van a ser cada vez más prohibitivos. Es más, van a ser indecorosos. Las ciudades van a compactarse nuevamente. Las comunidades que ya no puedan trasladarse tendrán que gestar mecanismos que les permitan vivir con lo que tienen próximo.


SOBERANÍA Y SEGURIDAD ALIMENTARIA

El agua, el aire y el alimento, indispensables para que biológica y fisiológicamente sea posible la vida, están en riesgo.
Las fuentes primarias de alimento están en riesgo porque vamos hacia un proceso hiperdemográfico insostenible para el modelo de consumo actual. Desde los lugares del mundo donde se toman las decisiones están viendo como regular las poblaciones mundiales porque saben que se terminan los recursos para la alimentación. En la creencia de que la tecnología habrá de resolverlo todo, desconocen los ciclos de la vida, dejando el campo arrasado y con costos irreparables. Entonces, mientras encuentran la forma de arreglar lo que deshicieron en sus propios ecosistemas, echan mano a los ecosistemas ajenos. Piensan que cuando terminen de contaminar, saquear y destruir estas latitudes, habrán recuperado sus espacios vitales.
Para mantener la línea alimentaria de los países del norte nos hemos convertido en meros productores de forraje. Mientras tanto, están practicando una agricultura amigable con el entorno para volver a generar los ciclos. Van camino a producciones orgánicas. Se dan unos 35 años para recuperar los suelos. Tal vez ese sea el tiempo que nos quede.
Nuestras tierras mantendrán este proceso de transición, dándole de comer a sus estómagos y haciendo marchar sus autos y motores. La producción local y la autonomía alimentaria son claves. Esto es lo que se llama soberanía y seguridad alimentaria. Los gritos revolucionarios del mundo pasan por la soberanía y la seguridad alimentaria. Es revolucionario transformar este modelo porque solo se sostiene si no somos capaces de reaccionar frente a él. Piensan salvarse a costa nuestra. Aún así el modelo no cierra porque el mundo es un solo gran sistema. Siempre han creído que pueden sacrificar una parte, total funciona la otra, además queda lejos. Pero nada queda lejos. Y no es por Internet que esto sucede: el derroche, el desastre ecosistémico ha acercado. Siguen sin entender que el mundo es un gran organismo vivo. Por eso están liquidando hasta los rincones más olvidados de un espacio arrasando todo vestigio de biodiversidad de tal manera que no tengamos retorno y no pueda volverse al modelo de monte nativo y que nuestros gobernantes digan que ya nada puede hacerse. Llegar a un punto donde no pueda retrocederse. Nuestros políticos no se dan por enterados. Las ciudades donde vivimos tienen que construir sus cinturones de producción frutihortícolas devolviéndoles a la población urbana la posibilidad de discernir el valor de la producción alimentaria y de recolección. Hay que implantar frutales en espacios públicos urbanos, en parques y arroyos. Pero estamos tan colonizados y olvidados de lo que somos, que nos parece imposible que ocurra. Afirman que es imposible, que van a robar los frutos. Es como decir que el que va de pesca nos está robando los peces.

EXCLUSIONES
Tenemos que recuperar los ciclos en un corto plazo porque vamos en camino a un desierto irrecuperable. Los suelos de la soja y otros monocultivos de commodities, son extractivos de nutrientes. Sobre todo de los fosfatos, que se agotan para siempre en no mas de 30 años. Posiblemente en mucho menos.
¿Qué han pensado para nosotros los que saben de esto?, ¿Qué destino nos han asignado? ¿En un mundo de cuanta gente están pensando? Y cuando piensan, ¿dónde nos ubican a nosotros?
Naciones Unidas acaba de anunciar que dentro de doce años, 88 de cada cien hombres y mujeres del mundo no van a acceder a agua confiable. ¿Nosotros estamos dentro de los 12 o de los 88?
Cuando uno plantea este escenario donde nuestra política sigue alimentando este modelo de disparar hacia el abismo, vemos la necesidad de encontrar la manera de escucharnos. Vemos también el empecinamiento, la soberbia y la adscripción al mercantilismo y la codicia de funcionarios de Turismo, de la Producción, de Urbanismo y Arquitectura argumentando que “en Paraná te aburrís”. ¿Y qué les quita el aburrimiento?
¿Peko’s? Este es otro legado de esta colonización cultural sufrida. El aburrimiento urbano. La pérdida de la capacidad del asombro en nuestras ciudades artificiales. La pérdida de la curiosidad y del sorprenderse ante la vida y sus misterios. Entonces debemos fabricar diversión.
En realidad, cuando miramos el Parque Nuevo, sorprende su capacidad cambiante. Un día es distinto a otro. En cambio, la artificialidad todos los días repite lo mismo. Dicen que el parque está abandonado y que algo hay que hacer allí. Entonces, desde el justicierismo social, el soberanismo político y el independientismo económico están haciendo un nuevo espacio de excluidos. Les construyen una nueva vidriera para poner la ñata contra el vidrio. Otra más para que vayan a ver los que no pueden.
PERTENENCIAS
Tenemos que reencontrarnos con lo que somos desde una mirada biocentrica. Hemos perdido nuestro saber sobre quienes somos, de donde venimos y a qué pertenecemos. Nosotros pertenecemos a la tierra. Somos la tierra. Somos el lugar en que vivimos. La familiaridad, la cotidianidad nos señala.
En la diversidad biológica tenemos el sostenimiento de nuestras vidas. Esto nos ha sido ocultado por el avance cultural de la góndola o de la producción puesta en el cajón de frutas o verduras pero sin renunciar a la verdulería del barrio podríamos recuperar nuestra diversidad del consumo, devolvernos nuestra capacidad de recolectores y con ello la posibilidad del obsequio, del ofrecimiento. Poder expresarse en el intercambio de una cesta con frutos o un puñado de semillas. Ese proceso de encuentro humano a través del entramado de la vida tiene posibilidades inexploradas. ¿Cuánta frustración hay en la violencia de aquellos que marginamos cultural, social y económicamente? ¿Cuánta frustración encierra el no poder nunca regalar u ofrecer? Como el “Juan boliche” en su queja, “...yo nunca puedo invitar” El que regala, el que ofrece, el que entrega tiene la posibilidad de expresar aspectos de su humanidad que, a su vez, rehumanizan estos procesos de barbarie de nuestras sociedades brutalmente empujadas a la marginalidad, a la exclusión y a los resultados, respuestas y rebotes de esa exclusión.
Entonces, donde hoy puede instalarse un lugar al cual acceder pagando una entrada, podrían estar los bosques de nuestros frutales, encontrando una posibilidad de recolectar para el intercambio, para el compartir.
Las sociedades excluyentes como las nuestras son reactantes con nuestros pensamientos y propuestas porque no entienden como posible el volver a encontrarnos en la riqueza de lo diverso, lejos del alcance de la pobreza reduccionista y segregante de lo hegemónico. Pero los sostenedores de ese pensamiento están en un proceso de implosión humana tremendo. No pueden explicarse por qué no son felices pese a todo lo que tienen. Ya casi ni se preguntan por las adicciones y violencias en sus hijos, en ellos mismos y también en la sociedad irradiada por estos valores...
Sin desconocer su poder destructivo también son ellos motivo de nuestra preocupación porque son la expresión de un proceso civilizatorio terminal, del que nos debemos enriquecer en saberes para reconocer los equívocos y pérdidas de caminos. En ese devenir no podemos estar desprevenidos de las malas artes que permanentemente hacen funcionar quienes nos provocan el rechazo pero también la compasión. No podemos ser ingenuos o dubitativos en algunas posiciones en las que debemos tener firmeza. Creemos en los retornos desde esas esferas, pero no pueden hacerlo como vanguardia o con liderazgos quienes, desde la “responsabilidad social empresaria”, vienen explicando como se puede producir a esta escala de exclusiones sin dañar el agua, el aire y la tierra. Son “verdes” pero desde el corporativismo mundial y el libre comercio.
Los grandes interrogantes a plantearnos son ¿Qué necesitamos para vivir? ¿Cuál es la vida que queremos? ¿Cuál es la ciencia y la tecnología a la que hemos hecho adscripción para la vida? Cuando reconozcamos la disociación y los desvaríos a los que hemos llegado, podremos encontrar los retornos a los que naturalmente somos. No serán retornos al pasado sino a la casa. No será un retorno en el tiempo sino al lugar, a la esencialidad.

Nota aparecida en Revista EL COLECTIVO de Mayo del 2008

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